El día de ayer por la madrugada mientras me empeñaba por luchar contra mi ritmo circadiano habitual debido a una madrugada previa de baile y algo de cerveza, me encontré leyendo ávidamente las últimas páginas de mi querido libro El lobo estepario. Cuando recibí una llamada, tras el auricular una voz familiar con algunas copas de más.
Después de increparme su falta de confianza, me puso en manifiesto la posibilidad de que en alguna salida furtiva conociera al “hombre de mi vida”, entiendo que el alcohol desinhibe nuestras ideas, y libera fantasmas de inseguridad, no obstante me esmeré por buscar las palabras apropiadas para expresar lo que él sabe y quizá sólo quiera escuchar una vez más entre la borrachera y la soledad de su habitación, que por ahora mi corazón y mente apuntan a una sola dirección, hacia él.
Sin embargo al despedirme una idea aún pululaba entre desvaríos nocturnos. La idea de conocer al hombre de mi vida o en su defecto mi compañero de turno a la mujer de su vida. Todo es posible, sin embargo no creo que sea tan fácil como observar a una persona, sentir química, física y todo lo demás sentir un flechazo, dibujar un par de corazones en las pupilas tras un hondo suspiro y pensar que se trata del hombre de mi vida.
Al menos como creí entender de sus palabras, creo que para dar a un extraño semejante denominación, hay que recorrer mucho trecho y no pecar de impetuosidad. Primero para que dicha frase no suene a una simple quimera deberían pasar muchos años, un par de décadas despertando con la misma persona, caminando de la mano a través de momentos de dicha, conflictos e incertidumbre, y cuando pinten las canas, la piel pierda la tersura de la juventud, exprese arrugas y líneas de expresión como resultado de la suma de sonrisas, enojos, preocupaciones de toda una vida al lado de tu compañero de vida.
Al regresar a casa y encontrar la sonrisa de siempre, los abrazos tibios testigos de mil noches de pasión y refugio de tristezas, al reencontrarse con la poseedora de las palabras adecuadas, cuando se sienta que el amor permanece intacto, claro sin los apasionamientos de la juventud, sino más bien encendido por un amor más tranquilo, seguro, fuerte, que ha aprendido a madurar con los años tomando diferentes formas pero siempre presente, se podría encontrar uno entonces con una persona que en toda su expresión e individualidad representa el hogar, donde uno siempre puede y quiere regresar. Entonces y sólo entonces se podrá decir sin temor a equivocarse que disfruto de la dicha de conocer a la mujer o al hombre de su vida.